Es de madrugada y estoy soñando. Sé que es un sueño agradable; ya lo he soñado antes.
Pero hay algo que no va bien y siento miedo. No soy capáz de identificar qué es lo que me asusta: es un sonido que escucho muy lejano.
Todo se va haciendo cada vez más nítido y reconozco voces, caras y situaciones. Trato de tomar el control y sacarme de allí, pero los ruidos me paralizan.
Me despierto sobresaltada: hay mucho viento y uno de los postigos quedó mal cerrado y no para de golpearse contra la puerta.
Tardo unos segundos en separar lo onírico de lo real y finalmente confirmo que todo es culpa de las ráfagas de viento.
Con el frío que hace, imposible si quiera evaluar levantarme de la cama, por lo que tendré que convivir con el ruidaje.
Trato de retomar el sueño desde el punto en que aún no se había transformado en pesadilla, pero no puedo. Es decir, deja de ser lo que era, las cosas ya no fluyen porque dirijo la voluntad de los actores.
Es muy temprano para tantas complicaciones... ¿Dónde está mi interruptor de
ON/OFF?
¡Maldito postigo!
Como puedo, finalmente me duermo. Siempre me pasa lo mismo (se ve que en este último tiempo no aprendí nada) y cuando realmente estoy descansando suena el despertador.
Siete y media. Duermo un poquito más y a las ocho corro las cortinas para mirar hacia afuera.
Y la mañana no me devuelve una imagen muy prometedora: estuvo lloviendo y el cielo está encapotado, cubierto de nubarrones grises.
Envio un SMS al guarda parques de la Sierra para saber si igual están abiertos y al rato obtengo una respuesta afirmativa: sobre el mediodía el clima va a mejorar.
Así que empiezo a preparar todo: agua, comida, plata, celular y iPod cargados, lentes y abrigo, mucho abrigo.
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¡Lindo para quedarse en la camita! |
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Antes de salir aprovecho a enviarle un
SMS de "¡Feliz Cumple!" a Pablis. Otro añito más, ¿qué importa?. Y no puedo evitar tomar esta fecha como hito. Vuelvo exactamente un año hacia atrás y recapitulo las acciones tomadas desde entonces que son las que me colocan hoy aquí. Así que me proyecto un año hacia adelante y me pregunto ¿cómo quiero estar en el próximo cumple?
Vuelvo a algo más operativo: me pongo protector solar (eso es un acto de fe hacia el pronóstico del tiempo) y siendo las 10:30 me lanzo a la aventura.
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Hacia Durazno |
| | Ayer contaba con la bici, hoy con mis piernas como medio de transporte, así que empiezo a patear hasta la terminal de ómnibus de Piriápolis.
Media hora después llego y empiezo a averiguar cómo llegar al "Parador Los Cardos".
No hay demasiadas opciones que me lleven a destino; por suerte un Turismar que va a Durazno sale a las 12:05, así que compro el pasaje.
Tengo una hora libre por lo que aprovecho para comprar la vuelta a Montevideo.
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Mientras tanto pienso en cómo voy a regresar de mi paseo: los ómnibus que van hacia Piriápolis entran por Solís, dejándome sólo la opción de los que van hacia Punta del Este o de un Guscapar que recién pasa a las 19:40.
Ya que la hora de retorno es incierta, compro una barrita de cereal y un chocolate
just in case.
Me subo al ómnibus y éste comienza un recorrido que me suena bastante familiar: toma la misma ruta que hice ayer en la bici. Y compruebo que no fue una sensación, sino que realmente todo está muy lejos.
Luego de 15 minutos llegamos al Parador Los Cardos; el guarda me pregunta si voy a la escuela que se encuentra allí. Entonces pienso que, o nunca miró hacia su derecha y se percató que ahí es la entrada a la Sierra de las Ánimas, o nadie va en ómnibus a este destino.
Déjà vu... Aquí estoy nuevamente 24 horas después pero hoy el cartel dice "Abierto"... Yabba dabba doo!
Abro la portera y me mando para adentro recorriendo una callecita de tierra bordeada de árboles y arbustos.
A medida que avanzo los ruidos de la ruta van quedando amortiguados y comienzo a sentir una paz impresionante. | |
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¡Abierto! |
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En este estado de equilibrio lo que pasa por mi cabeza es que algún día debería hacer "el camino de Santiago" y se me vienen flashes de aquella película en la cual actuaba Martin Sheen.
Salgo de mi ensueño cinematográfico: 4 aguiluchos andan sobrevolando la zona. ¿Qué haría si me atacaran? Podría seguir el consejo del Yosemite con respecto a los osos... Ellos recomiendan
fight back. Y la escena me parece tan surrealista como hilarante.
Sigo avanzando y pensando que también debería conocer ese parque... Siempre hay lugares nuevos por conocer.
Luego de recorrer unos 500 metros llego a una cabaña con un cartelito que dice "Recepción" y más allá veo a una mujer sentada en una reposera leyendo un libro.
Es la guarda parques. Una muchacha de unos treinta y largos con un look muy montañés y copado: gorrito de lana, guantes sin dedos, equipo deportivo polar, calentadores y unas Crocs con corderito.
Cuando me mensajeaba con la Sierra todo el tiempo pensé que hablaba con un hombre así que me sorprendo. Es que es raro encontrar a una mujer desarrollando esta actividad.
Hablamos unos minutos, me hace completar una ficha con mis datos (procuro anotar con letra bien clarita el número de celular), le pago los 60 pesos y le pregunto qué paseo me recomienda.
Parece que "El Cañadón de los Espejos" está con poca agua así que no hay cascadas, por lo que me sugiere que vaya hasta la cima.
Comienza con las explicaciones y su tono de voz cambia, recitando frases en piloto automático.
Trato de prestar atención a todo lo que me va diciendo, pero mi mente queda atascada en una de las primeras oraciones: "Las arañas y víboras no se matan".
Chan. Como si tuviera intenciones de hacerlo: si me llego a cruzar con alguna alimaña creo que voy a correr lo más rápido posible lejos de allí.
Con cara de "tengo pánico pero no lo voy a reconocer" dejo deslizar un... "Ehhh... ¿Víboras? ¿Me puedo cruzar con alguna?". Y la respuesta me tranquiliza un poco, aunque no del todo: "hasta la semana pasada como hizo calor andaban en la vuelta, pero ahora está frío así que se deben de haber ido a dormir".
Ojalá ninguna tenga problemas de insomnio.
Sigue... "Caída con pie entre medio de rocas es torcedura o esquince seguro así que, vos que subís sola agarrate un palito".
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To the top |
| | Y comienzo mi ascenso, cual si fuera un profeta con su bastón.
El primer trayecto lo recorro bajo galerías de vegetación alta, y me cuesta unos minutos adaptarme a este ambiente: cualquier ruidito que siento me pone en estado de alerta.
Tengo el pulso acelerado y no sólo porque voy subiendo... A decir verdad siento un poco de miedo.
Mientras esquivo piedras resuenan frases de la guarda parques en mi cabeza: "las señalizaciones las tuvimos que sacar porque los cazadores furtivos las movían para que la gente se perdiera". |
No me preocupa perderme, pero sí saber qué tipo de animales cazan en este lugar. No quise preguntar, mejor enterarme a la vuelta.
Recorro unos minutos y me cruzo a un padre con su hija de unos 8 años que están haciendo un parate. Nos saludamos y deseamos suerte para el camino.
El hombre me dice que van a ver cuánto más suben. No quiero ser negativa, pero si ya están descansando no creo que lleguen hasta arriba: recién vamos 30 minutos y resta una hora y media.
El haberme encontrado con ellos me tranquiliza un poco, y pienso que si hay una niña en la vuelta todo esto no debe ser tan terrible.
Exactamente el mismo razonamiento que me hace tomar coraje en las montañas rusas: cuando tengo dudas, veo a los niños que están haciendo cola y digo "si ese nene sube, yo también".
El camino por momentos está con barro y se torna bastante resbaloso. Si bien hace frío, estoy acalorada, así que me saco la campera intermedia y me doy cuenta que estoy chorreando agua.
Ya hace varios minutos que dejé atrás a la dupla aventurera y me pregunto si hay alguna persona más en ese lugar.
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Se hace camino al andar... |
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Otra vez me siento sola, y automáticamente mi sentido del oído se agudiza. Me pego terribles sustos cada vez que algún pájaro decide abandonar su escondite entre las ramas, pero lo que me preocupa más son los ruidos que no logro identificar de donde provienen.
Entre medio de esta sugestión, las raíces de los árboles a veces se me confunden con serpientes y miro entre las piedras en busca de arañas.
Y recuerdo a mi profesora de AAM (Actividades Adaptadas al Medio) que decía: "de las víboras yo no me preocupo, porque sabiendo cuales son las peligrosas alcanza... Pero a las arañas yo las mato a todas porque las más chiquitas son las peores, como la domiciliaria".
No sé de que me sirve este consejo porque no sé diferenciar víboras buenas de malas, y me hace pensar en que seguramente la araña que pueda llegar a ver no es de la que deba preocuparme, sino de la chiquita escondida.
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Galerías de vegetación alta |
| | Se abre un claro en el camino: vuelvo a ver el cielo arriba de mi cabeza. De momento todo va según el mapa: a continuación debería comenzar la segunda galería de vegetación alta.
Y efectivamente así sucede... En cuestión de minutos estoy sumergida nuevamente bajo una bóveda de verdes y marrones.
Los rayos del sol se abren paso entre los huequitos de hojas y ramas dando como resultado una imagen digna de fondo de pantalla.
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A esta altura tengo un poco de hambre, pero quiero almorzar arriba, así que sigo sin prisa pero sin pausa.
Llego al final de las galerías y según el mapa se abre un claro semicircular: en mi versión de los hechos veo rocas y pasto y no me queda muy claro si es el lugar que estoy buscando.
Recorro unos metros y siento que le estoy errando: el camino está resultando demasiado agreste. Así que doy marcha atrás y vuelvo a la ruta correcta.
Y ya lo creo que es la correcta: de buenas a primeras veo entre los arbustos una vista espectacular.
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¡Terrible vista! |
Allá abajo el mar está onduleando tranquilo, mientras los diferentes tonos de verdes llegan a su orilla.
Es momento de encarar el tramo final. Las instrucciones indican que me pegue a un alambrado que aparece y que sólo lo abandone si quiero que la cumbre se me haga más llevadera.
Así que ahí voy con mi referencia clara siempre a la izquierda y ya veo la cima.
Desde aquí se puede ver muy claramente el camino alternativo: un zigzag bien marcado en el pasto. Pero cuando quiero ir por allí pierdo la huella y demoro unos minutos en encausarme nuevamente.
Es impresionante el viento que hay, lo que hace que la sensación térmica baje estrepitosamente.
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Acuarela |
| | Pero lo que es impresionante también es la vista que me regala la Sierra.
Agua, cielo y tierra se combinan en una acuarela perfecta; valió la pena el esfuerzo.
Y aquí estoy luego de 2 horas de ascenso, a 500 metros de altura, congelándome y luchando porque el viento no me voltee.
Y no es broma, tengo que mantenerme inclinada hacia adelante y apoyarme en mi tutor para no caer hacia atrás: voy a tener que pucherearme un poco más a la vuelta. |
En la cercanía llego a ver unos potros que deambulan mansos sin rumbo aparente y cuando empiezo a preguntarme si son los únicos seres vivos con los que me cruzaré aquí arriba, aparece un hombre y una mujer a lo lejos.
Saltan y se saludan felices de haber alcanzado la meta. Están vestidos como si acabaran de salir de una clase de
spinning y claramente están muy desabrigados; yo tengo 3 camperas y no puedo parar de castañear los dientes.
Nos saludamos a la distancia y así como llegan, empiezan a bajar: están muriéndose de frío.
Mi panza me recuerda que es hora de almorzar. Desciendo unos metros y busco refugio del viento para hacer un
picnic.
¡Ahhhh esto sí que es vida! Torta de fiambre, agua, un paisaje espectacular y paz... Mucha paz acá arriba.
Casi que no quiero hacer ruidos para no distorsionar el equilibrio reinante.
Y tal como dice el dicho: "Todo lo que sube tiene que bajar": momento de comenzar el descenso.
Si bien la bajada es menos exigente, es engañosa y hay que hacerla con cuidado.
Por momentos voy derrapando entre el barro y las piedras sueltas y me da la sensación de que voy surfeando.
Al estar mirando con tanta atención el suelo, veo algo raro. Es negro, como si fuera una trenza gruesa, y tiene un movimiento extraño.
Me acerco para ver qué es aquello y... ¡Ahhhggg que asco! ¡Son gusanos! Muchos gusanos. No sé qué es lo que se están comiendo pero lo tienen claramente dominado. | |
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¡Qué asquete! |
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En fin... Sigo camino.
Ahora si que me siento sola: dada la hora que es, nadie más puede estar subiendo y nadie más viene detrás de mí.
Las galerías de vegetación me parecen más siniestras... Los rayos de sol atraviesan débiles las capas de ramas y hojas dejando todo a media luz.
Así que apuro el paso no sin sufrir consecuencias: me patino varias veces y los championes tienen una capa de barro interesante.
Empiezo a pensar cómo voy a volver a casa; por ahora la idea que va ganando es tomarme el primer ómnibus que pase hacia Punta del Este y pasear un poco por nuestro balneario top.
Hasta podría ir al cine: estoy toda transpirada y llena de barro pero...
who cares?
En mi cabeza ya estoy saboreando una
whopper y un helado de "El Arlequino".
Estoy cerca: lo voy a lograr y voy a regresar sin incidentes. Ya veo la cabaña y el auto de la guarda parques está encendido y con la puerta abierta.
La muchacha sale de la cabaña sorprendida y me dice: "¡Tiempo récord!, iba a ir hasta Solís al almacén porque calculé que todavía demorabas y me daba para ir y volver ¿Querés que te lleve?".
Parece que estoy en mi día de suerte y haber descendido en una hora (mitad derrapando, mitad paso acelerado) dio sus frutos... ¡claro que quiero que me lleve hasta Solís! De ahí tengo ómnibus para casa sin estar vagando por rutas desoladas.
Subo al auto junto a dos perritos que llevan unas mantitas bien abrigaditas y empezamos a charlar. Me cuenta que hace 16 años que hace esto: antes la acompañaba su pareja pero ahora está sola y continúa haciéndolo.
Le pregunto si no tiene miedo de quedarse sola en las noches y me dice que no, que la acompañan sus perros.
Sigo la conversación y me entero que todo el campo es propiedad privada y que tienen 40 potros salvajes en la vuelta. Antes tenían abierto otro paseo, "los Pozos Azules", pero lo cerraron porque el sendero era peligroso y hubieron tres quebrados.
Lo que me hace preguntarle... ¿Qué pasa si te pasa algo en la cima? Y ella me responde que tiene que llamar a la Fuerza Aérea.
Ja, por suerte ya estoy abajo.
El viaje es cortito; entre preguntas y respuestas llegamos al almacén, así que es momento de la despedida.
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Fosforito |
| | Me doy cuenta que no sé ni como se llama la muchacha, pero tampoco le pregunto. Nos saludamos, le agradezco la "gauchada" y voy a esperar el ómnibus a la parada.
Está sumamente frío y ya la parte estética hace rato que la dejé de lado, así que (luego de descubrir toda sus funcionalidades) me ajusto la capucha desde todos los ángulos posibles, quedándome una cabeza de fosforito realmente graciosa.
Luego de 40 minutos congelantes aparece el ómnibus y un ratito después ya estoy llegando a casa.
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Me doy una ducha calentita, meriendo y me pongo a escuchar música y a leer.
Esta noche pasan un especial que no me puedo perder:
"The Night that changed America: A Grammy Salute to The Beatles". Así que tengo la tele de fondo esperando que se hagan las 10.
Se ve que la programación viene atrasada así que termino viendo gran parte de "Rápido y Furioso (Río)". Y realmente no puedo creer que Paul Walker haya muerto.
Ceno un poco de torta de fiambre que me sobró del almuerzo y finalmente comienza el programa.
Marron 5 da el puntapié inicial, y se suceden los artistas que, dándole cada uno su estilo personal, realizan
covers del cuarteto de Liverpool.
Paul y Ringo forman parte del público... No quiero imaginar la emoción que debe ser interpretar una canción de Los Beatles con ellos presentes.
Katy Perry canta
"Yesterday" con un atuendo sumamente raro y cambiando el
she por
he cada vez que la letra lo requiere, dando como resultado una versión bastante extraña de este clásico.
Se suceden los artistas y mi admiración se la lleva íntegra un loquito pelirrojo que ni idea cómo se llama que canta "In my life".
Solamente acompañado de su guitarra y con una voz muy peculiar, hace que se me ponga la piel de gallina al escucharlo.
En el tramo final del show, los propios homenajeados cantan sus canciones, así que vuelvo a ver a Paul en acción.
Hace tan solo un mes atrás me regaló (a mi y a todos los que hayan tenido la suerte de estar en el Centenario) una noche inolvidable...¡Paul no te mueras nunca! | |
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Paul y Ringo |
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Y así, con las emociones a flor de piel, apago la tele y acurruco mi cuerpo cansado abajo del acolchado, con la esperanza de que el sueño no tarde mucho en aparecer.