domingo, 18 de mayo de 2014

Retornando - Maldonado, Uruguay

Suena la alarma del IPod: son las 8 y media. Con los ojos cerrados voy tanteando la cama hasta que encuentro el frío dispositivo que insiste en que me despierte.

Y me rebelo... configuro la alarma para las 10.

Una hora y media después, el ciclo se repite. Pero esta vez abro los ojos y me incorporo.

Este movimiento basta para que me percate que me duele el cuerpo. Todos y cada uno de mis músculos se están quejando del esfuerzo físico realizado en las últimas 48 horas. Así que me recuesto nuevamente y me quedo leyendo una horita más.

Robert Langdon intenta descifrar las pistas escondidas tras el mapa del infierno de Boticelli, y (si bien estoy entretenida con la lectura) tengo mucha hambre, así que me obligo a salir al mundo exterior en busca de mi desayuno-almuerzo.


El almacén no ofrece demasiadas opciones culinarias, así que termino comprando una milanesa al pan y unas galletitas Solar.

La elección de las galletitas no me deja del todo convencida y es lo que voy pensando mientras camino por la ciclovía.

Decido saltearme el desayuno y voy por la milanesa sin demasiado ritual: alcanzo a colocar una mesita y una silla en el deck y almuerzo observando el mar a lo lejos.

Podría estar varios minutos en este estado: sin preocupaciones, responsabilidades... Sólo disfrutando de mi soledad.
Me gustan... ¡pero hoy quería otras!

Pero la realidad gana la pulseada y me baja a tierra de un hondazo: es hora de empezar a aprontar todo.

Preparo el bolso y trato de dejar todo en las mismas condiciones que lo encontré. Limpio, ordeno y empiezo a cerrar puertas, ventanas y postigos.

La operación me lleva una hora y media pero culmina de forma exitosa: ver girar la llave de la última cerradura no tiene precio, y aunque me haya llevado 15 minutos de forcejeos varios, estoy bastante contenta con mi performance.

Y allá voy con bolso, bolsito y bolsa de basura. Por suerte el contenedor y la parada del ómnibus quedan a un par de cuadras: hoy el bolso pesa más que hace un par de días.

Dejo caer todo mi equipaje para aprontarme a rebolear la bolsa de basura mientras piso el caño, pero alguien me ayuda al momento que dice mi nombre.

Tardo unos milisegundos en darme cuenta quién se esconde tras los lentes de sol y la campera abrigada de Nacional: es Gérard.

Las vueltas de la vida nos han hecho vecinos tanto en Montevideo como en el este, compensando el hecho de que no nos vemos casi nunca por trabajar en diferentes clientes.

Está con su padre y vienen del almacén. La conversación se prolonga un par de minutos mientras le cuento mi "turismo aventura" y él sus peripecias de "flamante papá". Nos despedimos y me pongo a esperar el ómnibus.

Pero no estoy sola en la parada: me acompañan 3 niños y dos adultos. Y conozco a dos integrantes de la troupe... La "niña cocholate" y su mamá.

Si antes me había parecido raro que una turista extranjera estuviera con su hija en Playa Grande en Mayo, ahora el cuadro me parece aún más pintoresco.


¡Los niños crecen!
La nena tiene dos hermanos rubiecitos de pelo lacio y largo, uno de unos 6 años y el otro de unos 12.

Parecen los Hanson... Al menos el chiquito es idéntico al que tocaba la batería. Y me pregunto ¿qué será de la vida de esos niños que cantaban "MMMBop" y que ahora deben tener barba?

Hace frío... Mucho frío... Y el pequeño está de short y con la remera de manga corta de Messi. Ellas siguen de crocs sin medias y pantalones tres cuartos.

El padre habla con ellos y les dice que se queden tranquilos ya que le duele la cabeza: no lo culpo, debe ser bastante estresante ir de mochilero con 3 niños.

Llega el ómnibus y subimos todos: pero ellos no compraron el pasaje con anterioridad así que tienen que ir parados.

Igual como no entienden nada se sientan todos desperdigados y se van levantando sistemáticamente parada tras parada a medida que les van reclamando los asientos.

Dejo de preocuparme por la familia: me pongo a escuchar música mientras cierro los ojos y mis pensamientos tratan de ordenarse.

El movimiento del ómnibus me va acunando y siento una somnolencia que se va apoderando de mi.

En un par de horas volveré al mundo real, así que me refugio en los acordes de la melodía para escapar sólo durante unos momentos hacia un estado de paz, tranquilidad y armonía.

Luego de varios minutos el motor se detiene y el ruido ambiente se va haciendo cada vez más nítido. Escucho conversaciones animadas a la vez que observo despedidas y abrazos de reencuentros.


Tres Tres Cruces
Todo va a otra velocidad: voy saliendo paulatinamente de mi letargo y torpemente trato de no desentonar mezclándome entre la gente.

Mis pasos me llevan... Y yo, simplemente sigo caminando.

- Fin -

sábado, 17 de mayo de 2014

Trekking en la Sierra de las Ánimas - Maldonado, Uruguay

Es de madrugada y estoy soñando. Sé que es un sueño agradable; ya lo he soñado antes.

Pero hay algo que no va bien y siento miedo. No soy capáz de identificar qué es lo que me asusta: es un sonido que escucho muy lejano.

Todo se va haciendo cada vez más nítido y reconozco voces, caras y situaciones. Trato de tomar el control  y sacarme de allí, pero los ruidos me paralizan.

Me despierto sobresaltada: hay mucho viento y uno de los postigos quedó mal cerrado y no para de golpearse contra la puerta.

Tardo unos segundos en separar lo onírico de lo real y finalmente confirmo que todo es culpa de las ráfagas de viento.

Con el frío que hace, imposible si quiera evaluar levantarme de la cama, por lo que tendré que convivir con el ruidaje.

Trato de retomar el sueño desde el punto en que aún no se había transformado en pesadilla, pero no puedo. Es decir, deja de ser lo que era, las cosas ya no fluyen porque dirijo la voluntad de los actores.

Es muy temprano para tantas complicaciones... ¿Dónde está mi interruptor de ON/OFF?

¡Maldito postigo!

Como puedo, finalmente me duermo. Siempre me pasa lo mismo (se ve que en este último tiempo no aprendí nada) y cuando realmente estoy descansando suena el despertador.

Siete y media. Duermo un poquito más y a las ocho corro las cortinas para mirar hacia afuera.

Y la mañana no me devuelve una imagen muy prometedora: estuvo lloviendo y el cielo está encapotado, cubierto de nubarrones grises.

Envio un SMS al guarda parques de la Sierra para saber si igual están abiertos y al rato obtengo una respuesta afirmativa: sobre el mediodía el clima va a mejorar.

Así que empiezo a preparar todo: agua, comida, plata, celular y iPod cargados, lentes y abrigo, mucho abrigo.

¡Lindo para quedarse en la camita!
Antes de salir aprovecho a enviarle un SMS de "¡Feliz Cumple!" a Pablis. Otro añito más, ¿qué importa?. Y no puedo evitar tomar esta fecha como hito. Vuelvo exactamente un año hacia atrás y recapitulo las acciones tomadas desde entonces que son las que me colocan hoy aquí. Así que me proyecto un año hacia adelante y me pregunto ¿cómo quiero estar en el próximo cumple?

Vuelvo a algo más operativo: me pongo protector solar (eso es un acto de fe hacia el pronóstico del tiempo) y siendo las 10:30 me lanzo a la aventura.

Hacia Durazno
Ayer contaba con la bici, hoy con mis piernas como medio de transporte, así que empiezo a patear hasta la terminal de ómnibus de Piriápolis.

Media hora después llego y empiezo a averiguar cómo llegar al "Parador Los Cardos".

No hay demasiadas opciones que me lleven a destino; por suerte un Turismar que va a Durazno sale a las 12:05, así que compro el pasaje.

Tengo una hora libre por lo que aprovecho para comprar la vuelta a Montevideo.

Mientras tanto pienso en cómo voy a regresar de mi paseo: los ómnibus que van hacia Piriápolis entran por Solís, dejándome sólo la opción de los que van hacia Punta del Este o de un Guscapar que recién pasa a las 19:40.

Ya que la hora de retorno es incierta, compro una barrita de cereal y un chocolate just in case.

Me subo al ómnibus y éste comienza un recorrido que me suena  bastante familiar: toma la misma ruta  que hice ayer en la bici. Y compruebo que no fue una sensación, sino que realmente todo está muy lejos.

Luego de 15 minutos llegamos al Parador Los Cardos; el guarda me pregunta si voy a la escuela que se encuentra allí. Entonces pienso que, o nunca miró hacia su derecha y se percató que ahí es la entrada a la Sierra de las Ánimas, o nadie va en ómnibus a este destino.

Déjà vu... Aquí estoy nuevamente 24 horas después pero hoy el cartel dice "Abierto"... Yabba dabba doo!

Abro la portera y me mando para adentro recorriendo una callecita de tierra bordeada de árboles y arbustos.

A medida que avanzo los ruidos de la ruta van quedando amortiguados y comienzo a sentir una paz impresionante.
¡Abierto!

En este estado de equilibrio lo que pasa por mi cabeza es que algún día debería hacer "el camino de Santiago" y se me vienen flashes de aquella película en la cual actuaba Martin Sheen.

Salgo de mi ensueño cinematográfico: 4 aguiluchos andan sobrevolando la zona. ¿Qué haría si me atacaran? Podría seguir el consejo del Yosemite con respecto a los osos... Ellos recomiendan fight back. Y la escena me parece tan surrealista como hilarante.

Sigo avanzando y pensando que también debería conocer ese parque... Siempre hay lugares nuevos por conocer.

Luego de recorrer unos 500 metros llego a una cabaña con un cartelito que dice "Recepción" y más allá veo a una mujer sentada en una reposera leyendo un libro.

Es la guarda parques. Una muchacha de unos treinta y largos con un look muy montañés y copado: gorrito de lana, guantes sin dedos, equipo deportivo polar, calentadores y unas Crocs con corderito.

Cuando me mensajeaba con la Sierra todo el tiempo pensé que hablaba con un hombre así que me sorprendo. Es que es raro encontrar a una mujer desarrollando esta actividad.

Hablamos unos minutos, me hace completar una ficha con mis datos (procuro anotar con letra bien clarita el número de celular), le pago los 60 pesos y le pregunto qué paseo me recomienda.

Parece que "El Cañadón de los Espejos" está con poca agua así que no hay cascadas, por lo que me sugiere que vaya hasta la cima.

Comienza con las explicaciones y su tono de voz cambia, recitando frases en piloto automático.

Trato de prestar atención a todo lo que me va diciendo, pero mi mente queda atascada en una de las primeras oraciones: "Las arañas y víboras no se matan".

Chan. Como si tuviera intenciones de hacerlo: si me llego a cruzar con alguna alimaña creo que voy a correr lo más rápido posible lejos de allí.

Con cara de "tengo pánico pero no lo voy a reconocer" dejo deslizar un... "Ehhh... ¿Víboras? ¿Me puedo cruzar con alguna?". Y la respuesta me tranquiliza un poco, aunque no del todo: "hasta la semana pasada como hizo calor andaban en la vuelta, pero ahora está frío así que se deben de haber ido a dormir".

Ojalá ninguna tenga problemas de insomnio.

Sigue... "Caída con pie entre medio de rocas es torcedura o esquince seguro así que, vos que subís sola agarrate un palito".

To the top
Y comienzo mi ascenso, cual si fuera un profeta con su bastón.

El primer trayecto lo recorro bajo galerías de vegetación alta, y me cuesta unos minutos adaptarme a este ambiente: cualquier ruidito que siento me pone en estado de alerta.

Tengo el pulso acelerado y no sólo porque voy subiendo... A decir verdad siento un poco de miedo.

Mientras esquivo piedras resuenan frases de la guarda parques en mi cabeza: "las señalizaciones las tuvimos que sacar porque los cazadores furtivos las movían para que la gente se perdiera".

No me preocupa perderme, pero sí saber qué tipo de animales cazan en este lugar. No quise preguntar, mejor enterarme a la vuelta.

Recorro unos minutos y me cruzo a un padre con su hija de unos 8 años que están haciendo un parate. Nos saludamos y deseamos suerte para el camino.

El hombre me dice que van a ver cuánto más suben. No quiero ser negativa, pero si ya están descansando no creo que lleguen hasta arriba: recién vamos 30 minutos y resta una hora y media.

El haberme encontrado con ellos me tranquiliza un poco, y pienso que si hay una niña en la vuelta todo esto no debe ser tan terrible.

Exactamente el mismo razonamiento  que me hace tomar coraje en las montañas rusas: cuando tengo dudas, veo a los niños que están haciendo cola y digo "si ese nene sube, yo también".

El camino por momentos está con barro y se torna bastante resbaloso. Si bien hace frío, estoy acalorada, así que me saco la campera intermedia y me doy cuenta que estoy chorreando agua.

Ya hace varios minutos que dejé atrás a la dupla aventurera y me pregunto si hay alguna persona más en ese lugar.

Se hace camino al andar...
Otra vez me siento sola, y automáticamente mi sentido del oído se agudiza. Me pego terribles sustos cada vez que algún pájaro decide abandonar su escondite entre las ramas, pero lo que me preocupa más son los ruidos que no logro identificar de donde provienen.

Entre medio de esta sugestión, las raíces de los árboles a veces se me confunden con serpientes y miro entre las piedras en busca de arañas.

Y recuerdo a mi profesora de AAM (Actividades Adaptadas al Medio) que decía: "de las víboras yo no me preocupo, porque sabiendo cuales son las peligrosas alcanza... Pero a las arañas yo las mato a todas porque las más chiquitas son las peores, como la domiciliaria".

No sé de que me sirve este consejo porque no sé diferenciar víboras buenas de malas, y me hace pensar en que seguramente la araña que pueda llegar a ver no es de la que deba preocuparme, sino de la chiquita escondida.

Galerías de vegetación alta
Se abre un claro en el camino: vuelvo a ver el cielo arriba de mi cabeza. De momento todo va según el mapa: a continuación debería comenzar la segunda galería de vegetación alta.

Y efectivamente así sucede... En cuestión de minutos estoy sumergida nuevamente bajo una bóveda de verdes y marrones.

Los rayos del sol se abren paso entre los huequitos de hojas y ramas dando como resultado una imagen digna de fondo de pantalla.


A esta altura tengo un poco de hambre, pero quiero almorzar arriba, así que sigo sin prisa pero sin pausa.

Llego al final de las galerías y según el mapa se abre un claro semicircular: en mi versión de los hechos veo rocas y pasto y no me queda muy claro si es el lugar que estoy buscando.

Recorro unos metros y siento que le estoy errando: el camino está resultando demasiado agreste. Así que doy marcha atrás y vuelvo a la ruta correcta.

Y ya lo creo que es la correcta: de buenas a primeras veo entre los arbustos una vista espectacular.

¡Terrible vista!
Allá abajo el mar está onduleando tranquilo, mientras los diferentes tonos de verdes llegan a su orilla.

Es momento de encarar el tramo final. Las instrucciones indican que me pegue a un alambrado que aparece y que sólo lo abandone si quiero que la cumbre se me haga más llevadera.

Así que ahí voy con mi referencia clara siempre a la izquierda y ya veo la cima.

Desde aquí se puede ver muy claramente el camino alternativo: un zigzag bien marcado en el pasto. Pero cuando quiero ir por allí pierdo la huella y demoro unos minutos en encausarme nuevamente.

Es impresionante el viento que hay, lo que hace que la sensación térmica baje estrepitosamente.

Acuarela
Pero lo que es impresionante también es la vista que me regala la Sierra.

Agua, cielo y tierra se combinan en una acuarela perfecta; valió la pena el esfuerzo.

Y aquí estoy luego de 2 horas de ascenso, a 500 metros de altura, congelándome y luchando porque el viento no me voltee.

Y no es broma, tengo que mantenerme inclinada hacia adelante y apoyarme en mi tutor para no caer hacia atrás: voy a tener que pucherearme un poco más a la vuelta.

En la cercanía llego a ver unos potros que deambulan mansos sin rumbo aparente y cuando empiezo a preguntarme si son los únicos seres vivos con los que me cruzaré aquí arriba, aparece un hombre y una mujer a lo lejos.

Saltan y se saludan felices de haber alcanzado la meta. Están vestidos como si acabaran de salir de una clase de spinning y claramente están muy desabrigados; yo tengo 3 camperas y no puedo parar de castañear los dientes.

Nos saludamos a la distancia y así como llegan, empiezan a bajar: están muriéndose de frío.

Mi panza me recuerda que es hora de almorzar. Desciendo unos metros y busco refugio del viento para hacer un picnic.

¡Ahhhh esto sí que es vida! Torta de fiambre, agua, un paisaje espectacular y paz... Mucha paz acá arriba.

Casi que no quiero hacer ruidos para no distorsionar el equilibrio reinante.

Y tal como dice el dicho: "Todo lo que sube tiene que bajar": momento de comenzar el descenso.

Si bien la bajada es menos exigente, es engañosa y hay que hacerla con cuidado.

Por momentos voy derrapando entre el barro y las piedras sueltas y me da la sensación de que voy surfeando.

Al estar mirando con tanta atención el suelo, veo algo raro. Es negro, como si fuera una trenza gruesa, y tiene un movimiento extraño.

Me acerco para ver qué es aquello y... ¡Ahhhggg que asco! ¡Son gusanos! Muchos gusanos. No sé qué es lo que se están comiendo pero lo tienen claramente dominado.
¡Qué asquete!

En fin... Sigo camino.

Ahora si que me siento sola: dada la hora que es, nadie más puede estar subiendo y nadie más viene detrás de mí.

Las galerías de vegetación me parecen más siniestras... Los rayos de sol atraviesan débiles las capas de ramas y hojas dejando todo a media luz.

Así que apuro el paso no sin sufrir consecuencias: me patino varias veces y los championes tienen una capa de barro interesante.

Empiezo a pensar cómo voy a volver a casa; por ahora la idea que va ganando es tomarme el primer ómnibus que pase hacia Punta del Este y pasear un poco por nuestro balneario top.

Hasta podría ir al cine: estoy toda transpirada y llena de barro pero... who cares?

En mi cabeza ya estoy saboreando una whopper y un helado de "El Arlequino".

Estoy cerca: lo voy a lograr y voy a regresar sin incidentes. Ya veo la cabaña y el auto de la guarda parques está encendido y con la puerta abierta.

La muchacha sale de la cabaña sorprendida y me dice: "¡Tiempo récord!, iba a ir hasta Solís al almacén porque calculé que todavía demorabas y me daba para ir y volver ¿Querés que te lleve?".

Parece que estoy en mi día de suerte y haber descendido en una hora (mitad derrapando, mitad paso acelerado) dio sus frutos... ¡claro que quiero que me lleve hasta Solís! De ahí tengo ómnibus para casa sin estar vagando por rutas desoladas.

Subo al auto junto a dos perritos que llevan unas mantitas bien abrigaditas y empezamos a charlar. Me cuenta que hace 16 años que hace esto: antes la acompañaba su pareja pero ahora está sola y continúa haciéndolo.

Le pregunto si no tiene miedo de quedarse sola en las noches y me dice que no, que la acompañan sus perros.

Sigo la conversación y me entero que todo el campo es propiedad privada y que tienen 40 potros salvajes en la vuelta. Antes tenían abierto otro paseo, "los Pozos Azules", pero lo cerraron porque el sendero era peligroso y hubieron tres quebrados.

Lo que me hace preguntarle... ¿Qué pasa si te pasa algo en la cima? Y ella me responde que tiene que llamar a la Fuerza Aérea.

Ja, por suerte ya estoy abajo.

El viaje es cortito; entre preguntas y respuestas llegamos al almacén, así que es momento de la despedida.

Fosforito
Me doy cuenta que no sé ni como se llama la muchacha, pero tampoco le pregunto. Nos saludamos, le agradezco la "gauchada" y voy a esperar el ómnibus a la parada.

Está sumamente frío y ya la parte estética hace rato que la dejé de lado, así que (luego de descubrir toda sus funcionalidades) me ajusto la capucha desde todos los ángulos posibles, quedándome una cabeza de fosforito realmente graciosa.

Luego de 40 minutos congelantes aparece el ómnibus y un ratito después ya estoy llegando a casa.

Me doy una ducha calentita, meriendo y me pongo a escuchar música y a leer.

Esta noche pasan un especial que no me puedo perder: "The Night that changed America: A Grammy Salute to The Beatles". Así que tengo la tele de fondo esperando que se hagan las 10.

Se ve que la programación viene atrasada así que termino viendo gran parte de "Rápido y Furioso (Río)". Y realmente no puedo creer que Paul Walker haya muerto.

Ceno un poco de torta de fiambre que me sobró del almuerzo y finalmente comienza el programa.

Marron 5 da el puntapié inicial, y se suceden los artistas que, dándole cada uno su estilo personal, realizan covers del cuarteto de Liverpool.

Paul y Ringo forman parte del público... No quiero imaginar la emoción que debe ser interpretar una canción de Los Beatles con ellos presentes.

Katy Perry canta "Yesterday" con un atuendo sumamente raro y cambiando el she por he cada vez que la letra lo requiere, dando como resultado una versión bastante extraña de este clásico.

Se suceden los artistas y mi admiración se la lleva íntegra un loquito pelirrojo que ni idea cómo se llama que canta "In my life".

Solamente acompañado de su guitarra y con una voz muy peculiar, hace que se me ponga la piel de gallina al escucharlo.

En el tramo final del show, los propios homenajeados cantan sus canciones, así que vuelvo a ver a Paul en acción.

Hace tan solo un mes atrás me regaló (a mi y a todos los que hayan tenido la suerte de estar en el Centenario) una noche inolvidable...¡Paul no te mueras nunca!
Paul y Ringo

Y así, con las emociones a flor de piel, apago la tele y acurruco mi cuerpo cansado abajo del acolchado, con la esperanza de que el sueño no tarde mucho en aparecer.



viernes, 16 de mayo de 2014

"Ciclismo Aventura" - Maldonado, Uruguay

No suena ningún despertador, no escucho llorar a Juli... simplemente me despierto porque ya no tengo más sueño.

Miro el celular, son las 10 y media. El día está lindo así que empiezo a planificar qué hacer.

Quedarme en casa mirando el techo no está dentro de las opciones disponibles, así que elijo ir al Eco Parque Aventura.

Andrea me había comentado que este lugar estaba muy bueno y que podías tirarte por tirolesa y hacer rapel vertical.

Pero llamo al celular de contacto y me dice que el número está desactivado; al no tener internet no puedo averiguar mucho más.

Igual me preparo para ir: hay grandes probabilidades de que esté cerrado, pero la verdad es que no tengo nada mejor para hacer.

Ya que voy a recorrer varios kilómetros elijo la GT de Pablis; el asiento no es muy cómodo pero es la mejor bici por lejos.

La inflo lo mejor que puedo, meto el mini-inflador en mi bolsito por cualquier cosa y salgo.

Paso por el almacén y compro agua y un par de bananas; no sé que me deparará el destino pero con esos víveres tengo para unas horas de supervivencia.
What a bike!
Iglesia de Piria
Estoy en Playa Grande y tengo que ir hasta el kilómetro 93.800 de la ruta ínterbalnearia.

La mejor ruta que se me ocurre es la que bordea el cerro, así que hacia allá voy.

Paso por La Cascada, y veo la iglesia nunca acabada de Piria.

Siempre me llamó la atención está construcción. Realmente es preciosa y es raro ver que ahora funciona como un depósito de leña. 
A los pocos metros hay un castillo en miniatura y un montón de padres dejando a sus hijos allí.

Parece ser un jardín de infantes y esto me hace acordar que no saqué de la lavadora la malla de Juli y hoy tenía club.

Veo el cerro ahí no más, pero pasan los metros y siempre parece estar a la misma distancia.

¿En qué estaba pensando cuando agarré la bici? ¡Esto está muy lejos!

Estoy toda transpirada; la ruta no para de tener subidas y mis piernas empiezan a preguntarse qué está ocurriendo.

Paso el Castillo de Piria y la reserva de flora y fauna del cerro.

Y después de una subida que parece inacabable, la recompensa: veo la interbalnearia y una bajada espectacular.

No doy más pedal y me pongo de la forma más aerodinámica que puedo para tomar mayor velocidad. ¡Qué placer!
Cerro Pan de Azùcar
Arbolitos de algùn fruto
Yendo al Eco Parque
No tengo idea a qué altura me encuentro de la ruta, pero se supone que el parque está para el lado del cerro así que doblo a la izquierda. 

Aparece el cartel: estoy en el kilómetro 96.

Mientras avanzo, me doy cuenta que no recuerdo haber andado en bici por la ruta anteriormente.

Es una sensación extraña: los autos y camiones pasan como tejo y estos últimos con el vientito que generan me desestabilizan la chiva.
Un par de kilómetros y llego a destino: bueno al menos llego al cartel que indica que tengo que doblar. Ahora el terreno cambia... el camino es de tierra y no hay nadie en la vuelta.

Lo que se mantiene sin embargo son las subidas y bajadas. Y por muy filosófico que parezca me hacen pensar en vivir el momento ya que mi mente no disfruta de la bajada empinada sabiendo que a la vuelta será un repecho insufrible.
Allí está, el Eco Parque Aventura, y como era previsible se encuentra cerrado.

La verdad es que no me sorprendo en lo más mínimo: un viernes fuera de temporada no parece ser el mejor día para estar abierto. 

Pienso entonces que para tirolesa me tendré que conformar de momento con la escena de Divergente y le mando un MMS a Andrea con la foto que confirma que hoy no tendré turismo aventura.
Dicotomía
Sigo viaje.

¿Vuelvo por donde vine? I don't think so... Pienso en todos los repechos que me esperarían y decido ir hacia la izquierda.

Puedo ir hasta la Sierra de las Ánimas que está en el km 86 para evaluar si es muy lejos o no para repetir el periplo mañana.

No sé que me pasa hoy, pero creo que estoy subestimando las distancias.

Km 93, km 92, km 91, km 90... tengo hambre... Km 89, km 88, tengo sed, km 87... ¡Km 86!

Paisajeando
¿Para qué vine si sabía que estaba cerrado?
Dejo la bici a un lado del portón de acceso (hoy está cerrado) y me siento en el pastito a reponer energías. Como una banana y tomo agua.

Estoy cansada, y ya no me parece tan divertida la idea de mi mini "Vuelta Ciclista".

Pero tampoco tengo otra opción, así que a pedalear se ha dicho.
Rutas de América
Voy hasta la entrada a Las Flores y encaro hacia el mar, que se encuentra a varios kilómetros de distancia aún.

Este recorrido me es familiar ya que es el que hago siempre en auto.

Es increíble pero ahora que voy en cámara lenta aprecio un montón de cosas que en auto me pasan inadvertidas.
Veo una placita y a varios niños en túnica jugando alrededor. También observo que algunos están con sus XOs.

Mi cerebro tarda 50 metros en entablar la relación, y cuando me percato de la situación me vuelvo sobre mis pasos y me siento a "descansar" en un banquito.

En realidad lo que hago es colgarme de la Wi-Fi de la escuela. Y los niños que no son ningunos tontos se encargan de dejarlo bien claro y decirlo a los cuatro vientos y a los gritos... "¡Nos está robando la Wi-Fi!". 
Banquito en Las Flores
Ladrona de Wi-Fi
Me conecto por reflejo. Pero cuando pienso para qué, no encuentro una razón.

Ningún mail o estado de Facebook que deba revisar; tampoco tengo intenciones de chatear con nadie que se encuentre online.

Así que me desconecto enseguida.

Un poco más allá (en una escena totalmente a temporal) unos niños están jugando un picadito de fútbol. Miro unos minutos el encuentro y decido que es hora de seguir camino.

Mi cola se niega rotundamente a sentarse en el asiento duro de la bici y pedaleo parada varios metros.

Me cruzo con una gallineta que se pierde rápidamente entre los arbustos. Y me sonrio al recordar que ese fue mi sobrenombre en el primer viaje que hice por tenis cuando tenía 12 años... "Guillenea... Guillenea... Gallineta".

No era un juicio de valor, no tenía significados ocultos... Simplemente sonaba "parecido" y salí favorecida con el plumífero. Por suerte la gracia no perduró en el tiempo así que ese recuerdo estaba tapado de varias capas de polvo.

Vuelvo de golpe a la realidad: más adelante veo una serie de plumitas volando y compruebo que una prima de mi amiguita no contó con tanta suerte y yace inerte sobre la ruta. Pobrecita...

No sé si es el cansancio que tengo arriba, pero este hecho dispara en mi pensamientos demasiados profundos y un poco delirantes: ¿habrá sentido miedo?, ¿tendrá una familia que espera su regreso?, ¿hay un cielo donde las gallinetas corren felices por los campos?

Lo que no hay duda es de que me divierto barato.
Sigo pedaleando; el castillo Pittamiglio me da la excusa perfecta para descansar otro poco mientras saco algunas fotos.

Me encantaría quedarme un rato pero a la vez no quiero seguir haciendo paradas porque lo único que logro es retrasar mi llegada, así que 5 minutos después emprendo la retirada.

Finalmente llego a la rambla y giro a la siniestra para encarar el último tramo que me devuelva a mi hogar. 
Castillo Pittamiglio
Recompensa
Tengo mucho dolor en las piernas y el ácido láctico a esta altura ya lo siento hasta en la garganta. Cada pedaleo va acompañado de un "auch"; realmente estoy dolorida.

No sé si es por haber estado leyendo a Dan Brown o qué, pero me hago acordar a Silas autoflagelándose para purgar sus pecados.

Luego de 4 horas de tracción a sangre y habiendo recorrido 31 kilómetros, llego a casa.
Siento que los músculos me queman y por más que quiera descansar no puedo quedarme quieta.

Lo único que me alivia el dolor es caminar, así que doy vueltas hasta que eventualmente voy mejorando.

Mientras camino voy merendando unos cereales con yoghurt; la banana ya la tengo en los talones.

Me doy un baño y el agua calentita hace que me relaje y que todo se vea mejor.

Aprovecho a recostarme unos minutos: Robert Langdon escapa de una muerte segura por vigésima novena vez y Katy Perry me canta canciones que no conocía.

Hace frío y la noche ya está instalada. Me veo tentada a ponerme el pijama y sucucharme hasta mañana, pero no tengo cena. Así que me abrigo todo lo que puedo y voy al almacén.

Primero me focalizo en tener los víveres para el desayuno y para mi escapada a la Sierra. Luego repito menú y vuelvo a elegir pizza con aceitunas para la cena.

En el almacén me cruzo con una mujer y su hija (de unos 12 años). Aunque no hayan dicho palabra se ve claramente que son extranjeras.

Están vestidas como si estuviéramos en una noche fría de Enero; yo tengo varias capas de abrigo y no entiendo cómo pueden estar de crocs y sin medias.

¿Habrán pensado que Uruguay es un país tropical? Y como si fuera poco la niña que está de manga corta se encuentra frente al freezer eligiendo un helado.

Confirmo lo obvio cuando comienza un diálogo en inglés en el cual la pequeña consulta la sabiduría maternal con una pregunta complicada: ¿Vainilla y crema son lo mismo?

Yo creo que bajo estas circunstancias si, pero me deja pensando en que la crema no tiene necesariamente sabor a vainilla y que definitivamente no son sinónimos.

No importa... ahora la niña le dice a la cajera que mejor lo cambia por uno de "Cocholate". Ja... Ya veo que Juli no es la única que dice "Cocholatitos".

Parecen apuradas, así que les cedo mi lugar y desaparecen rápidamente de mi vista. ¿Qué habrán venido a hacer a Playa Grande en pleno Mayo? Hablo como si yo tuviera idea de qué hago aquí.

Con estos pensamientos dando vueltas en mi cabeza llego a casa y me apronto para cenar. Unos minutos después me acuesto y ni siquiera prendo la tele; tengo que reponer energías, mañana me espera gran jornada de trekking.

Así que luego de poner el despertador me sumerjo abajo del acolchado (esperando entrar en calor) y me quedo arrolladita en posición fetal... tratando de soñar con los angelitos.

jueves, 15 de mayo de 2014

Ida a Playa Grande - Maldonado, Uruguay

Son las 4 de la tarde y estoy en la Terminal de Tres Cruces: en una hora sale mi ómnibus para Playa Grande.
Originalmente quería tomarme el bus de las 4 y media pero está lleno, así que tengo que esperar un poquito más.

Para matar el tiempo aprovecho a merendar.

En mi poder tengo unos barquillos de chocolate rellenos de dulce de leche y un jugo multifrutal. 

Realmente no es de las mejores combinaciones que conozco pero no importa, necesito consumir algo dulce.
¡A por ellos!
Éxito asegurado
Los minutos pasan y cuando quiero acordar ya estoy sentada en el COT que me trasladará hacia el este, leyendo "Inferno" de Dan Brown.

La idea es leer algo liviano que me entretenga, y supongo que esta novela debe tener todos los ingredientes de un Best-Seller para cumplir con el objetivo.

Así que acompañada de Robert Langdon voy dejando a Montevideo detrás.

No soy muy buena leyendo en vehículos en movimiento por lo tanto un rato después (antes de empezar a marearme) abandono las letras y me pongo a escuchar música.

Cierro los ojos y dejo que Katy Perry me cuente historias... "Hot N Cold", "The one that got away", "Self Inflicted" y tantas otras.

Ya es de noche y no logro ver nada hacia afuera: las ventanas están todas empañadas. No quiero pasarme así que ni bien reconozco algo me acerco a los primeros asientos y le aviso al guarda que bajo en "los macaquitos".

Desciendo con otras dos personas que rápidamente desaparecen en dirección opuesta a la mía.

Hace frío, llovizna finito, está oscuro y no hay un alma: realmente me hubiera gustado arribar de día. Recorro un par de cuadras desiertas hasta que llego.

Dejo el bolso en el piso y me encomiendo a cualquier santo que me haga abrir todos los postigos y puertas sin que nada se tranque. Parece una operación sencilla pero tengo miedo de no poder abrir la casa.

El manojo de llaves no ayuda demasiado y fallo consecutivamente durante unos minutos. Pasa un hombre por la calle y trato de aparentar que está todo bajo control... aunque no hay que ser muy inteligente para ver que no es así.

Cuando estoy por llamar a Papi para que me guíe, las cerraduras empiezan a cooperar. ¡Estoy adentro!

Levanto la general, abro el pase del agua y me encierro. Es muy raro estar aquí sola, así que prendo todas las luces para no tener miedo y de a poco me voy acomodando.

Pero así como llego tengo que salir a procurar alimento. Me abrigo y voy hasta el almacén. Compro lo mínimo indispensable para sobrevivir... yoghurt, cereales, agua, unas galletitas Toddy (esto claramente es un gusto) y una porción de mozzarella con aceitunas para la cena.

Con la panza llena me meto en la cama y me pongo a mirar tele. Voy mechando a Defensor con Discovery.

Me alegro con la victoria en el Centenario y también con el hecho de que dos personajes hayan sobrevivido 21 días en el Amazonas desnudos y con un machete.

No estoy en condiciones de juzgar a nadie, por eso pienso que estas personas deben tener una razón válida para ir voluntariamente, como Dios los trajo al mundo, a ser masacrados por mosquitos.

¡Siempre hay alguien más rayado que uno!
Veo un par de capítulos de "The Big Bang Theory" y apago todo. Trato de poner la mente en blanco (aunque mis pensamientos conspiran contra ello), cierro los ojos y dejo que el cansancio acumulado haga su trabajo.

Intro

"A la mitad del viaje de nuestra vida me encontré en una selva oscura, por haberme apartado del camino recto.

¡Ah! Cuán penoso me sería decir lo salvaje, áspera y espesa que era esta selva, cuyo recuerdo renueva mi pavor, pavor tan amargo, que la muerte no lo es tanto.

Pero antes de hablar del bien que allí encontré, revelaré las demás cosas que he visto.

No sé decir fijamente cómo entré allí; tan adormecido estaba cuando abandoné el verdadero camino.

Pero al llegar al pie de una cuesta, donde terminaba el valle que me había llenado de miedo el corazón, miré hacia arriba, y vi su cima revestida ya de los rayos del planeta que nos guía con seguridad por todos los senderos.

Entonces se calmó algún tanto el miedo que había permanecido en el lago de mi corazón durante la noche que pasé con tanta angustia; y del mismo modo que aquel que, saliendo anhelante fuera del piélago, al llegar a la playa, se vuelve hacia las ondas peligrosas y las contempla, así mi espíritu, fugitivo aún, se volvió hacia atrás para mirar el lugar de que no salió nunca nadie vivo."

Canto I - Divina Comedia - Dante Alighieri

Dedicatoria

Para vos Pablis... como el regalo de cumple que nunca te di.