domingo, 18 de mayo de 2014

Retornando - Maldonado, Uruguay

Suena la alarma del IPod: son las 8 y media. Con los ojos cerrados voy tanteando la cama hasta que encuentro el frío dispositivo que insiste en que me despierte.

Y me rebelo... configuro la alarma para las 10.

Una hora y media después, el ciclo se repite. Pero esta vez abro los ojos y me incorporo.

Este movimiento basta para que me percate que me duele el cuerpo. Todos y cada uno de mis músculos se están quejando del esfuerzo físico realizado en las últimas 48 horas. Así que me recuesto nuevamente y me quedo leyendo una horita más.

Robert Langdon intenta descifrar las pistas escondidas tras el mapa del infierno de Boticelli, y (si bien estoy entretenida con la lectura) tengo mucha hambre, así que me obligo a salir al mundo exterior en busca de mi desayuno-almuerzo.


El almacén no ofrece demasiadas opciones culinarias, así que termino comprando una milanesa al pan y unas galletitas Solar.

La elección de las galletitas no me deja del todo convencida y es lo que voy pensando mientras camino por la ciclovía.

Decido saltearme el desayuno y voy por la milanesa sin demasiado ritual: alcanzo a colocar una mesita y una silla en el deck y almuerzo observando el mar a lo lejos.

Podría estar varios minutos en este estado: sin preocupaciones, responsabilidades... Sólo disfrutando de mi soledad.
Me gustan... ¡pero hoy quería otras!

Pero la realidad gana la pulseada y me baja a tierra de un hondazo: es hora de empezar a aprontar todo.

Preparo el bolso y trato de dejar todo en las mismas condiciones que lo encontré. Limpio, ordeno y empiezo a cerrar puertas, ventanas y postigos.

La operación me lleva una hora y media pero culmina de forma exitosa: ver girar la llave de la última cerradura no tiene precio, y aunque me haya llevado 15 minutos de forcejeos varios, estoy bastante contenta con mi performance.

Y allá voy con bolso, bolsito y bolsa de basura. Por suerte el contenedor y la parada del ómnibus quedan a un par de cuadras: hoy el bolso pesa más que hace un par de días.

Dejo caer todo mi equipaje para aprontarme a rebolear la bolsa de basura mientras piso el caño, pero alguien me ayuda al momento que dice mi nombre.

Tardo unos milisegundos en darme cuenta quién se esconde tras los lentes de sol y la campera abrigada de Nacional: es Gérard.

Las vueltas de la vida nos han hecho vecinos tanto en Montevideo como en el este, compensando el hecho de que no nos vemos casi nunca por trabajar en diferentes clientes.

Está con su padre y vienen del almacén. La conversación se prolonga un par de minutos mientras le cuento mi "turismo aventura" y él sus peripecias de "flamante papá". Nos despedimos y me pongo a esperar el ómnibus.

Pero no estoy sola en la parada: me acompañan 3 niños y dos adultos. Y conozco a dos integrantes de la troupe... La "niña cocholate" y su mamá.

Si antes me había parecido raro que una turista extranjera estuviera con su hija en Playa Grande en Mayo, ahora el cuadro me parece aún más pintoresco.


¡Los niños crecen!
La nena tiene dos hermanos rubiecitos de pelo lacio y largo, uno de unos 6 años y el otro de unos 12.

Parecen los Hanson... Al menos el chiquito es idéntico al que tocaba la batería. Y me pregunto ¿qué será de la vida de esos niños que cantaban "MMMBop" y que ahora deben tener barba?

Hace frío... Mucho frío... Y el pequeño está de short y con la remera de manga corta de Messi. Ellas siguen de crocs sin medias y pantalones tres cuartos.

El padre habla con ellos y les dice que se queden tranquilos ya que le duele la cabeza: no lo culpo, debe ser bastante estresante ir de mochilero con 3 niños.

Llega el ómnibus y subimos todos: pero ellos no compraron el pasaje con anterioridad así que tienen que ir parados.

Igual como no entienden nada se sientan todos desperdigados y se van levantando sistemáticamente parada tras parada a medida que les van reclamando los asientos.

Dejo de preocuparme por la familia: me pongo a escuchar música mientras cierro los ojos y mis pensamientos tratan de ordenarse.

El movimiento del ómnibus me va acunando y siento una somnolencia que se va apoderando de mi.

En un par de horas volveré al mundo real, así que me refugio en los acordes de la melodía para escapar sólo durante unos momentos hacia un estado de paz, tranquilidad y armonía.

Luego de varios minutos el motor se detiene y el ruido ambiente se va haciendo cada vez más nítido. Escucho conversaciones animadas a la vez que observo despedidas y abrazos de reencuentros.


Tres Tres Cruces
Todo va a otra velocidad: voy saliendo paulatinamente de mi letargo y torpemente trato de no desentonar mezclándome entre la gente.

Mis pasos me llevan... Y yo, simplemente sigo caminando.

- Fin -

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